Monday, January 14, 2013

Una Odisea Hawaiana (Diario Libre 27/09/2012)


Haleakala, Maui

El horizonte se extiende sigilosamente hacia la negrura, susurrándole sus secretos únicamente a aquellos dispuestos a afilar su mirada hacia la imperturbable vacuidad de la lejanía. Son las cinco de la mañana, la hora indicada para llegar a Haleakala, un volcán latente que corona la isla Hawaiana de Maui con un paisaje sideral capaz de persuadir a sus visitantes que ya no se encuentran en la superficie terrestre, sino más bien girando alrededor de ella en el satélite que ilumina sus noches, la luna. Sus confines extraños y solitarios, fruto de las contorsiones aleatorias forjadas en lava con la brutal fuerza de su naturaleza, pronto se despertarán en un insuperable amanecer que sacudirá el paisaje con cada rayo de luz, desplegando una catarsis de colores y de sombras que liberará al volcán de su estupor nocturno. Centurias atrás, la cúpula de Haleakala estaba reservada únicamente para los altos chamanes polinesios y sus estudiantes, que se aventuraban hasta el tope de la montaña para vivir por largos periodos mientras meditaban y recibían los dones espirituales ofrecidos por el volcán. Hoy, nos encontramos en el borde del cráter un grupo de valientes que se han atrevido a invadir sus sagradas premisas, incluyendo a Lilian Geraldino, mi intrépida esposa, que a pesar de sus seis meses de embarazo la dificultad de llegar allí por una empinada y peligrosa carretera no ha disuadido su deseo de ser testigo de uno de los espectáculos naturales más memorables de toda la tierra. Justo antes de la salida del sol, una aureola de luz comienza tiernamente a reflejarse en el cielo, dejando entrever por primera vez la grandeza de lo que se avecina: un monumento a lo sublime, a lo imperecedero, y a la capacidad viva de nuestro planeta de moldearse a su antojo. De repente, mientras la primera curva del sol asciende tímidamente sobre el horizonte, el mar de rocas volcánicas que se extiende desde el tope del volcán hasta el vasto océano pacifico cobran vida, transfigurándose de un color negro a un intenso naranja como si toda la tierra se incinerara, dándole vida a un efímero mar de fuego que pronto se opacará bajo la presencia absoluta del sol. Allí, hipnotizados por la imperiosidad del astro repercutiendo sobre cada centímetro de tierra, recibimos el nuevo día en la cadena de islas más remotas de todo el mundo, y un nuevo amanecer nos regala la oportunidad de continuar maravillados por la belleza que puebla los alrededores Hawaianos.
Aloha, Bienvenidos a Hawái
Las islas de Hawái se desnudan imponentes sobre la vastedad del océano más grande de todo el planeta, siendo las cúpulas de una cadena montañosa que supera en tamaño a la cordillera de los Himalayas si medida desde el piso del océano. Llegar allí es como llegar a un lugar imposiblemente mágico, donde los paisajes volcánicos, las playas paradisíacas, y la población más ecléctica de los Estados Unidos construyen los pilares para una experiencia inolvidable, repleta de encuentros con una naturaleza cruda, salvaje, capaz de cortarnos el aliento y conectarnos con un pasado donde la tierra todavía era extraordinariamente virgen y capaz de sorprendernos constantemente con los milagros de su estancia. Una tarde insospechada, mientras nos desplazábamos fascinados por las carreteras costeras de Oahu, isla principal del archipiélago, decidimos pararnos en una tentadora playita que se desvelaba a nuestra derecha. Mientras nos quitábamos las sandalias y entrabamos en contacto con la arena, nos encontramos súbitamente con una treintena de tortugas marinas que se hallaban poblando toda la costa. En el agua, se podían ver decenas de cabecitas saliendo de la superficie a respirar. Sin pensarlo dos veces, nos pusimos nuestros snorkels y nos tiramos al agua listos para vivir una experiencia surreal, acompañada de aquellas gigantes de hasta 400 libras que nadaban a nuestro lado mientras comían, braceaban, y pacíficamente convivían bajo nuestros ojos maravillados. Durante aquel atardecer, mientras nos sentábamos entre dos monumentales reptiles y el sol comenzaba a balancearse cautelosamente sobre el horizonte, la obvia fragilidad de aquel encuentro extraordinario entre humano y animal salvaje parecía desvanecerse en la brutalidad de un mundo industrializado que ya raramente nos permite recrear aquellos encuentros que poblaban la cotidianidad de nuestros antecesores. En aquel momento, extasiado de una melancolía repentina que gradualmente se apoderó de mi sistema, deseé con todo mí ser que el hijo que cargaba mi esposa en su vientre pudiera presenciar lo que vivíamos esa tarde, cuando todavía era posible dejarse seducir por las maravillas de la naturaleza libre y espontáneamente aunque fuera casi de manera exclusiva en los confines más remotos de la tierra.

Publicado por el Diario Libre el 27 de Septiembre del 2012 (http://diariolibre.com.do/ecos/2012/09/27/i353439_una-odisea-hawaiana.html)

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