Monday, January 14, 2013

Estampas del Camino de Santiago (II) (Diario Libre 03/09/2011)



"Somos cosas pequeñas navegando en un inmenso amor", leía un pequeño cartel que había sido colocado en uno de los trayectos más arduos y agobiantes de todo el Camino. Aquel eterno día bajo el sol, entre los paisajes imperecederos que caracterizan la provincia de Castilla y León, había tratado de profundizar en el significado de aquella frase mientras meditaba en silencio por entre las desalmadas planicies imbuidas de calor, pero la extenuación física y mental ya comenzaban a obstaculizar mi bienestar. Con trescientos kilómetros recorridos, mi cuerpo ya empezaba a sentir la fatiga que se había ido acumulando con el pasar de los días. Por aquellas llanuras interminables comencé a preguntarme qué hacía allí, en aquel sendero sin fin que me había prometido recorrer. Mientras las llagas de mis pies iniciaban su agónico despertar, el misterioso camino habría de mandarme la respuesta en su momento indicado: Aquella tarde, con las piernas temblorosas y la garganta seca, avisté unas misteriosas ruinas que sigilosas yacían al borde del camino. "Convento de San Antón" leía el conjunto de piedras macizas, incuestionables víctimas de la ola de tiempo en la que habían sido ahogadas. 

Al entrar, los peregrinos me recibieron cálidamente y me ofrecieron una cama para que aquella noche pudiera descansar en la fascinante demarcación que una vez acogió a miles de enfermos. Mis pies cansados ya habían comenzado a gritar por el maltrato que le habían ofrecido los diez días anteriores, y al quitarme los zapatos, una diminuta mujer de alrededor de setenta años se ofreció a limpiarme las llagas cuando vio el daño que me habían causado el millón de pasos recorridos. Por entre las grietas del techo las estrellas acariciaban el firmamento mientras las manos del ángel sanaban mis lesiones. De repente, sonó una campana indicando que la cena estaba lista, y los diez peregrinos se agolparon alrededor de una mesa que amparaba una humilde colección de papas y lentejas que alegremente había preparado un inspirado peregrino. Un insondable silencio devino sobre las ruinas mientras los peregrinos cerraron sus ojos y se prepararon para la oración. Un alemán tomó la iniciativa y entonó el himno de agradecimiento que algunos sentimos sin entender. 

Mientras nos dispusimos a iniciar el festín, uno de los holandeses me contó la historia de aquel valiente convento y los míticos monjes que una vez acogieron su interior. "En el año 1146, cincuenta años después de la fundación de la Orden de los Antonianos, el Convento de San Antón fue inaugurado por el rey de Castilla, Alfonso VII. El principal objetivo del templo era auxiliar a los peregrinos que venían aquejados por el Fuego de San Antón, una enfermedad gangrenosa causada por la ingesta de alimentos contaminada de hongos parásitos. La gran mayoría llegaba en medio de terribles convulsiones y alucinaciones, razón por la cual eran estigmatizados durante la edad media ya que el padecimiento parecía ser una mezcla horrorosa de lepra y epilepsia. Mientras los enfermos llegaban desahuciados y martirizados por la terrible enfermedad, los monjes del Convento de San Antón eran conocidos en toda Europa por la extrema hospitalidad que le ofrecían a los atormentados. Justo después de recibir algún enfermo, iniciaban un ritual de bendición en la que procedían a tratarlos ofreciéndole pan de trigo candeal y a sanarles los pies que llegaban destrozados por las extensas caminatas. El pan de centeno, principal causante de la enfermedad, era estrictamente prohibido en el convento. Aunque todavía en la época no se había comprobado la culpabilidad del centeno, los monjes parecían conocer el papel que jugaba el mismo en el desarrollo de la cruel enfermedad. Debido al importante rol que jugaban los Antonianos en la curación del padecimiento, la cruz del Tau, símbolo de la orden, se llegó a convertir en la luz al final del túnel para todos aquellos aquejados por el mal. Por eso, se creía que el único remedio verdaderamente efectivo era acudir en peregrinación a Santiago de Compostela."

Mientras el agrietado conjunto de piedras nos resguardaba modestamente dentro de su mágico interior, a luz de vela terminábamos de degustar la sencilla cena que había cobrado otra dimensión en los recónditos espacios de mi alma. Mientras el holandés le ponía fin a la historia del Convento, podía ver a los valientes monjes a nuestro lado consolando a los aquejados del fuego de san Antón mientras le susurraban al oído palabras de aliento. La cruz del Tau, grabada en cada pared del templo, se reflejaba en la penumbra de la noche mientras el frío viento de Castilla silbaba tímidamente por entre las fisuras de las cautivantes ruinas. Aquella noche, luego de irme a la cama, me levanté antes del amanecer para encontrarme al Convento intensamente iluminado por un millón de estrellas que exaltaban cada rincón de su morada. Recuerdo haberme sentido como una "cosa pequeña navegando en un inmenso amor", mientras entreveía las luces del firmamento por entre las grietas del convento justo antes de entregarme ya de lleno a los brazos de Morfeo.

Publicado por el Diario Libre el 3 de Septiembre del 2012 (http://www.diariolibre.com/noticias/2011/09/03/i304186_estampas-del-camino-santiago.html)

No comments:

Post a Comment