Noches Delirantes
Tu nombre es Beck
Weathers, y toda tu vida has soñado con este momento. Es el verano del
1996 y estas a punto de alcanzar la gloria. En estos tres últimos meses has
llevado al límite las demarcaciones de tu fortaleza, pero tu misión todavía no
concluye. En esta gélida noche en el techo del planeta, un pequeño tanque de
oxigeno aliviana tu permanente sensación de ahogo, aunque no previene que te
levantes jadeando pensando que vas a morir de asfixia. Un frío
apabullante te mantiene estático en posición fetal mientras el congelado viento
golpea tu casa de campaña violentamente. Solo quedan unas horas para que
comiences el último trayecto de la más grande hazaña de toda tu vida, y entre
los delirios que sofocan tu mente tu firme voluntad se desnuda imbatible con
una sola frase: “Voy a llegar a la cima del Everest!”. En estos momentos
sientes plenamente que el espíritu de la montaña más alta de la tierra
se ha vuelto parte intrínseca de ti, aunque la hostilidad de su clima y la
falta de oxigeno te mantienen en un estado de desconfianza que ha propiciado
una pared de dudas entre tu deseo de conquistarla y la imponencia de su brutalidad.
Tratas de volverte a dormir y de repente suena tu alarma indicándote: “tu hora
ha llegado; la cima te espera!”.
Días Feroces
Te levantas
exhausto. La montaña ha consumido veinticinco libras de tu débil
organismo, y aunque no te has vuelto a ver en un espejo, tus manos examinan los
huesos que brotan protuberantes de tu rostro. Con un grupo de seis compañeros,
y con las últimas fibras de tu aliento, inicias el intento de subida hacia la
cúspide. Tus piernas temblorosas y tus pulmones estrangulados gritan en silencio
desde la agonía que los mantiene acongojados. Aunque ya la cumbre la ves en tu
horizonte vertical, tus ojos comienzan a traicionarte impetuosamente. Una
operación de cataratas unos años antes comienza a revertirse desde que entras a
“la zona de la muerte”, un lugar donde el oxigeno es tan escaso que los órganos
vitales comienzan a apagarse para concentrar el flujo de sangre en tus dos
zonas vitales – tu corazón y cerebro. Estas
casi ciego. Aunque la desesperación y la impotencia tratan de salir a flote dentro
de tu estado letárgico, ya no puedes continuar. Destrozado, le avisas a Rob
Hall, tu jefe de expedición, que no puedes seguir adelante. “Quédate sentado en
este lugar y no te mueves hasta que yo venga en descenso”, te indica el
experimentado líder. Te sientas derrotado. Percibes algunos compañeros pasarte
por el lado, y sabes lo que están pensando: “pobre diablo, no pudo llegar”.
Mientras pasan los minutos y comienzan a desfilar las horas, la luz del sol
comienza a ensombrecerse tras las nubes, y tu instinto de supervivencia intenta
alarmarse detrás de tu aturdimiento. “Algo se avecina en el horizonte”, piensas
ansioso, y te resignas a Dios.
Avistando la Muerte
Repentinamente,
vientos de cien kilómetros por hora te asaltan, llevando la temperatura a casi
-70 grados Celsius. Entre la ceguera y
los vientos cargados de nieve que chocan con tu cuerpo sin piedad, el temor a
morir en aquella montaña se vuelve una realidad tan palpable que
sientes la adrenalina saturar tu sangre.
Finalmente, un grupo de cuatro alpinistas que van en descenso te halan por un
brazo y prometen llevarte al campamento más próximo. Te informan que Rob Hall
ha caído por un precipicio y que lo más probable esté muerto. La noticia te
impacta pero concentras toda tu energía en seguir adelante. Aunque el grupo
logra aproximarse al campamento, las terribles condiciones climáticas y la
falta de oxigeno obligan a todos a
sentarse amontonados a tratar de sobrevivir la pesadilla. Sientes la escasa
vitalidad que contiene tu cuerpo disiparse como una vela que se apaga, y te
percatas de como la hipotermia va momificando tu lánguido organismo. Cuando te das
cuentas que los rescatistas se avecinan al grupo solo logras escuchar: “Creo
que es mejor dejarlo aquí. Está casi muerto”. Mientras la dura realidad
cae por su propio peso, la soledad de la montaña te susurra con su estridente
melodía: “Y ahora, quien podrá salvarte?”
De Visiones y Héroes
Ya han pasado dos
días y tu alma sigue hibernando en las fronteras de la muerte. Tu nariz y manos
se han congelado, y una capa de hielo cubre tu cuerpo y rostro. Una expedición
sale en tu búsqueda, y cuando te encuentran prefieren dejarte morir ya que
estas “más del otro lado que de este”. Pero al tercer día, algo increíble pasa.
Una visión se agolpa en la luz de tus pensamientos, y ves a tus hijos gritarte
“papa, por favor despierta! Te necesitamos con nosotros”. No sabes cómo lo
haces pero te levantas de entre los muertos y sales caminando hacia al
campamento. Son las 3 AM, pero varios de tus compañeros presencian tu
fantasmagórica figura avecinándose en la penumbra de la noche. Aunque piensas que te has salvado, sigues estando
en el techo del planeta, y bajar de allí no es tarea fácil.
El Mítico Rescate
Desde que llegas
al campamento, tus compañeros utilizan sus radios para explicarles a posibles
rescatistas de tu heroica hazaña, pero ninguno quiere salir en tu ayuda ya que
el riesgo es demasiado grande. Los helicópteros tienden a desestabilizarse
cuando hay poco oxigeno en el aire, pudiendo poner en peligro a toda la
tripulación. Tu esposa, al enterarse de lo ocurrido, sale en búsqueda de algún
valiente piloto y lo encuentra. En el segundo rescate más alto de la historia,
un ex militar nepalés llega en el helicóptero que salvará tu vida, y te lleva
derecho al hospital. Has perdido tus manos y tu nariz, pero quedará para
siempre en tu memoria la ferocidad de la montaña más alta del mundo, y
la fortaleza necesaria para sobrevivirla.
Dominicanos en el Everest
Aunque la
temporada del 1996 fue la más trágica en toda la historia del Everest, con
quince muertos en total, más de 2000 personas han llegado a la cima del planeta
y han logrado descender exitosamente. Este año, por primera vez en la
historia, tres dominicanos estarán impulsando la imaginación de toda la nación
en su intento de conquistarla y llevar el espíritu aventurero dominicano a su
máxima expresión. Estos consagrados trotamundos cargarán con el vigor de nuestra
tierra traduciendo el deseo de superación de nuestros queridos quisqueyanos con
un posible logro que quedará marcado en los anales de la historia.
Unámonos en oración para que la bandera dominicana pueda ser plantada en la
cúspide de la tierra y ondee orgullosamente sobre el techo del planeta y veamos
a Karim Mella, Iván Gómez, y Federico Jovine regresar a su tierra encumbrados
en gloria. Amén!
Publicado por el Diario Libre el 21 de Mayo del 2011 (http://issuu.com/diariolibre/docs/diariolibre3036)
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