Monday, January 14, 2013

Estampas del Camino de Santiago (Parte I) (Diario Libre 23/7/2011)


El Sendero Milenario
Estoy parado frente al camino. Aunque todavía no he dado el primer paso, mil kilómetros se extienden delante de mi listos para ser recorridos. Una liviana mochila y un bastón de madera son las únicas pertenencias que llevo conmigo. Todavía no sé lo que me espera. Lo único seguro es que cada paso me acercará a Santiago de Compostela, y aunque en aquel momento no lo sabía, cada paso iría incinerando todo el bagaje innecesario que cargaba en mi mente en aquella encrucijada de mi vida. Antes de salir, mientras me bebía un café en Saint Jean Pied de Port, el pueblecito Francés de donde iniciaría la más grande aventura que había vivido hasta ese entonces, un anciano se acercó y me dijo: "El camino te irá susurrando lo que necesites saber. Aprende a escucharlo con cada átomo de tu cuerpo". Y con aquella misteriosa frase y mis piernas extendiéndose ingenuamente hacia la lejanía, el espíritu del Camino surgió en mí como un chispazo de energía que se esparció por todo mi cuerpo, hipnotizando mi conciencia con el silencio de sus bosques, la perfección de sus montañas, y la sabiduría de los que iría conociendo a lo largo del trayecto.
El inicio
Hace casi dos mil años, el cuerpo torturado y sin vida del apóstol Santiago yacía inerte sobre las praderas que colindan con Jerusalén. Su espíritu imbuido de inspiración había sido arrancado de su cuerpo por Herodes Agripa, que lo había mandado a decapitar por seguir predicando el evangelio a pesar de las duras penas en que incurriría el que se atreviese a desafiar la prohibición. Aquella noche del año 44, sus fieles discípulos Atanasio y Teodoro estaban dispuestos a hacer lo imposible: robarían el cuerpo de su maestro, al cual se había prohibido enterrar, y lo llevarían a España donde le darían santa sepultura en el lugar que había sido testigo de su más importante misión evangelizadora.
Con esto seguirían las afirmaciones de San Gerónimo que habría dicho que "cada uno de los apóstoles habrá de descansar en la provincia donde predicó el evangelio". Unas semanas después, Atanasio y Teodoro llegarían a la costa de Iria Flavia, al norte de España, y mientras transportaban el cuerpo de su maestro por el bosque de Libredón, los bueyes se negaron a continuar. Aquella mítica noche, bajo las estrellas de lo que hoy es Galicia, aquel espeso bosque sería testigo del entierro santo del primer apóstol martirizado. Y con cada puñado de tierra que caía sobre el cadáver del apóstol, la leyenda de Santiago de Compostela se forjaba en los corazones de cada uno de los peregrinos que un día batallarían con el sol y la luna para ir a rendirle homenaje.
Más camino, menos Compostela
Recorrer el Camino de Santiago es regresar al inicio. Es minimizar la vida a lo absolutamente necesario, y cuando terminamos de hacerlo, darnos cuenta que en las cosas sencillas habíamos dejado nuestra felicidad colgada sobre el verdor de los árboles y el respirar con conciencia. "Todo lo que necesito está en mis espaldas" me acuerdo haber pensado aquel primer día de recorrido mientras batallaba con las cuestas de los Pirineos, la más importante cordillera a ser superada en el Camino.
Las quince libras de utensilios para el viaje, que irían disminuyendo a lo largo del trayecto, era lo único que poseería en los 35 días de marcha.
Durante aquella primera jornada, cuarenta kilómetros fueron testigos de mi iniciación. El caminar, la manera más antigua de transportarse, comenzó a desvelar sus misterios desde que comprendí que hacerlo estando alerta constituía un acto de devoción capaz de transformar la conciencia del caminante. "Si observas los paisajes transformarse lentamente, si escuchas los pensamientos que van surgiendo en tu interior, y sientes cada uno de tus pasos sumergirse de lleno en el sagrado sendero, la magia del Camino surgirá en ti", me decía Camille, una francesa vigorosa que recorría el Camino por séptima vez. "Prometí recorrerlo todos los años luego de que mi hijo se suicidara. Aquí he encontrado todas las respuestas", me decía optimista mientras su mirada se perdía en los verdes valles que se entrelazan con los contornos rasgados de las montañas. "Mas Camino, menos Compostela" se susurraba ella misma mientras el sol se reclinaba sobre el horizonte y la luz del día comenzaba a despedirse por entre las nubes.
Descubriendo la tumba
Ochocientos años después del entierro del apóstol Santiago, un resplandor dispersó la negrura que acontecía en el bosque de Libredón. Para Pelayo, un pobre campesino oriundo de la zona, aquella recurrente lluvia de estrellas tenía que tener algún mensaje divino. Una noche salió a buscar al obispo de Iria Flavia, persona de alta estima que seguramente identificaría el porqué del misterioso asunto.
Unas horas más tarde, Pelayo y el obispo avistarían una pequeña tumba conteniendo tres cadáveres: los de Atanasio, Teodoro, y del santo apóstol Santiago. Doscientos cincuenta años después, con el descubrimiento del manuscrito de la "Concordia de Antealtares", donde se relataban los hechos con exactitud, los primeros peregrinos comenzaron a llegar de toda Europa y el Camino de Santiago quedaría marcado para siempre en los mapas cristianos de Europa.
Primera Noche
Exhausto y sin aliento llegaría la primera noche al pueblo de Roncesvalles. Peregrinos de todo el mundo se congregaban en el albergue, donde un par de checos dispersaban sus alegres notas musicales a puro violín. El ambiente estaba cargado de esperanza, de armonía, y de una paz inextinguible que no se apagaría por muchos meses a venir.
Aquella noche, mientras el viento aullaba por entre las ventanillas del austero albergue, las barreras de la raza, la religión, el género y la nacionalidad se disiparon en la armonía de una humanidad que dejaba atrás sus diferencias, para entregarse de lleno a la celebración de su divinidad. Y fue allí donde comenzó el verdadero sendero.
Publicado por el Diario Libre el 23 de Julio del 2011 (http://www.diariolibre.com/noticias/2011/07/23/i298972_estampas-del-camino-santiago-parte.html)

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